Cuando reina en ti la sombra;cuando apagas tus estrellas;
cuando abismas en el barro más impuro,
más de bestia, más de cárcel,
tu equilibrio y tu tonsura,
tu divina majestad:
no has caído todavía, no has rodado a lo más hondo,
si en la fibra de tu pecho más remota,
más perdida en el tumulto de la fiebre,
canta salmos la Tristeza,
muerde hierros el Despecho,
vibra un punto, gime un ángel, pía un nido,
clavan dardos de repente
la Vergüenza y la Verdad.
Los que nacen tenebrosos;
los que son y serán mandrias,
los estorbo, los peligro, los contagio, los satanes,
los malditos, los que nunca, nunca en seco,
nunca siempre, nunca mismo, nunca nunca,
se podrán regenerar,
no se lloran a sí propios,
no se auscultan en sus noches,
no se velan, no se cuidan, no se temen ellos mismos...
se producen inocentes, imperantes, satisfechos,
como normas, como claves,
como pernos, como pautas, como pesas controlarias,
y no sufren un desmayo,
y no sienten el deseo de lo Santo y de lo Puro
ni siquiera un ruin momento,
ni siquiera un vil instante de su arcano cerebral.
Al que tasca sus tinieblas,
al que rola taciturno;
al que aguanta en sus dos lomos, cual un peso indeclinable,
cual el peso punitorio de cien urbes,
de cien pueblos, de cien siglos,
de cien razas delincuentes,
su tendencia miserable,
su tenaz obcecación; al que sufre noche y día,
-y en la noche hasta durmiendo,-
como el roce de un cilicio, como un hueso en la garganta,
como un clavo en el cerebro, como el ruido de un torrente,
como un cáncer implacable,
la gran piedra de sus taras,
la gran mole de sus penas,
la gran cruz de su imperiosa, de su estúpida pasión:
yo le abato mi cabeza,
yo le postro mis rodillas,
yo le beso las dos plantas;
y al pasar ambulatorio, zozobrante por mi vera,
yo le digo: ¡Dios te salve!
¡Dios te guíe! ¡Dios te tenga de sus manos!
¡Cristo negro, santo hediondo, Job por dentro,
vaso infame del dolor!
Muy bueno. Para los que miran de arriba del caballo, es recomendable.
ResponderEliminarSi, le va bien.
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